Respeta nuestras espinas: te drenarán o te entrenarán...

Homilía - 14º domingo del tiempo ordinario - ciclo B

Ez 2: 2-5

2 Cor 12: 7-10

Mc 6: 1-6

Entiéndalo o no, San Pablo es una persona interesante y me atrevo a decir que tan humana como usted o yo. Tendemos a mirar a estos iconos de nuestra fe y a verlos como algo casi supernatural y me atrevo a decir que la forma en que han escrito sobre los santos no ha hecho más que apoyar esta creencia. Ahora bien, no estoy tratando de quitarle importancia a los legados de nuestros santos. Después de todo, ellos nos enseñan a través de sus vidas que nosotros también tenemos la oportunidad de ser santos a través de las gracias de Dios.

Aquí, en la segunda lectura de hoy, vemos algo de la humanidad de Pablo y escribe sobre ella, no para presumir, sino para enseñar y señalar un camino potencial hacia nuestra propia santidad.

En la carta que leemos hoy se habla de "una espina en la carne" de Pablo. Nadie sabe a qué se refiere exactamente esta espina. Nadie sabe cuál era la aflicción de Pablo, pero fue suficiente para que pidiera tres veces que se la quitaran.

Muchos de nosotros, compartidos o no, hemos tenido aflicciones similares, ya sean propias o de un ser querido: enfermedad física grave, depresión, ansiedad, pena, soledad, por nombrar algunas. Hemos visto cómo otros se han enfrentado a su dolor y quizá también cómo lo hemos hecho nosotros.

Hace poco me encontré con un post en Instagram que decía: "El dolor es seguro; el sufrimiento es opcional". Otra cita que en cierto modo se relaciona con esto es el título de un libro que leí una vez: La vida es cambio; el crecimiento es opcional.

Hay tantas cosas a nuestro alrededor y dentro de nosotros que podríamos considerar espinas. Lo que me sorprende es cómo algunas personas deciden vivir con esta espina.

Antes de seguir adelante, no te digo a ti ni a nadie que no reces por el alivio de dicha espina, pero en lugar de revolcarte en la desesperación mira el resto de nuestra segunda lectura y descansa también en las gracias de Dios y tal vez encuentres allí tu milagro.

Se pueden contar muchas historias. Yo tengo mis propios viajes con espinas emocionales y físicas. Tengo una querida amiga cuya madre ha conocido recientemente una espina. Mi propia madre murió de la suya, un amigo murió recientemente de la suya, y justo esta mañana he ungido a una mujer que está muriendo de la suya. Hay muchas otras personas que luchan silenciosamente con espinas emocionales porque nuestra cultura les ha dado un tinte ominoso. Tantas espinas.

Ahora bien, esta no es una homilía diseñada para deprimirte. Estos ejemplos no me deprimen. Más bien me inspiran por la forma en que vivieron su espina.

Quiero hablarles de una persona en mi vida que ha vivido con su espina durante más de 20 años. A mi hermano, hace muchos años, le diagnosticaron esclerosis múltiple/EM. Empezó con una ceguera temporal y desde entonces ha incluido dolores de varios grados, mareos, serios problemas de equilibrio, fatiga, múltiples hospitalizaciones y probablemente otras cosas de las que nunca he oído hablar. La mayoría de estas cosas fueron temporales o al menos dicipadas. Desde hace casi dos años tiene un dolor de cabeza casi constante que a veces es debilitante. A lo largo de todo esto, creo que nunca le he oído quejarse por lástima. Más bien, al igual que San Pablo, pide alivio pero descansa en las gracias que le ha dado Dios. Vive su vida al máximo y firma su correspondencia con "aceptar un milagro" que he visto de muchas maneras pero no en una cura.

La historia de mi hermano, junto con las historias de mi madre y de mi amigo, fueron/son una inspiración para mí, ya que he tenido que enfrentarme a mis propias espinas. No es que debamos rendirnos. No, en absoluto. Debemos pedir, debemos orar, pero también descansar en el conocimiento de que "(la) gracia de Dios es suficiente para (nosotros)".

Esto me dice que Dios, si dejamos que camine con nosotros y nos sostenga, estará ahí para darnos fuerza cuando seamos débiles y cuando no creamos que somos lo suficientemente fuertes, Dios puede simplemente sostenernos y/o darnos el consuelo que necesitamos.

Cuando hacemos esto, como hizo San Pablo, estaremos viviendo nuestras vidas de una manera que señala a Dios. Damos crédito a Dios y conducimos a los demás hacia él porque es "en nuestra debilidad donde somos fuertes". Cuando estamos de rodillas es cuando más altos estamos.

Los milagros ocurren todo el tiempo, pero no siempre como nos gustaría verlos. A veces está en la mano que se nos tiende en nuestro momento de angustia.

Así que, cuando esas espinas te claven en el costado, REZA. Reza para que te las quiten, pero si eso no es posible, reza también por las gracias prometidas a San Pablo (y a nosotros) y luego descansa. Descansa en la seguridad de Dios, que nos ama tanto como para bajar aquí y tomar sus propias espinas y elevar todo ese dolor y sufrimiento, por amor, al sacrificio.

Y como nota al margen (o quizá sólo como nota), todo esto es una gran razón por la que venimos aquí (a la celebración de la misa). Para dejar nuestras espinas como podamos y descansar en los brazos amorosos de Dios dentro de una comunidad que también trae sus propias espinas.

Estamos aquí como podemos. Aprovechemos este tiempo para simplemente permanecer en las gracias de Dios.

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Un par de notas extra:

Me dijeron otra frase pegadiza que se refiere a todo esto con respecto a nuestras espinas: te agotarán o te entrenarán.

Otra cosa importante que hay que recordar mientras lidiamos con nuestras propias espinas. No podemos saber con qué están lidiando los demás. Así que, antes de empezar a juzgar, recuerda que no conoces la historia de la otra persona. En lugar de juzgar, reza por ellos (y por ti) para que puedan permanecer en las gracias de Dios.

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