23º Domingo del Tiempo Ordinario
El día de nuestro bautismo fuimos constituidos sacerdotes, profetas y reyes de Dios y de la Iglesia. Me gustaría centrarme, basándome en la primera lectura y en el Evangelio de este domingo, en el don de la profecía. Muchos piensan que ser profeta es predecir el futuro o tener poderes sobrenaturales y, aunque es cierto que algunos profetas han manifestado realidades sobrenaturales concedidas por Dios para reforzar sus mensajes, es aún más cierto que esto no es lo esencial de ser profeta. El profeta es el que anuncia y denuncia. Anuncia la Palabra de Dios y denuncia el mal de su tiempo que no va de acuerdo con la voluntad de Dios. En este sentido, ningún profeta puede silenciar el mandato de Dios de anunciar su Palabra, ni puede ser indiferente y silencioso ante el mal y la injusticia por mera conveniencia o comodidad personal. Esa frase tan famosa entre la gente: "esa es su vida, ese no es mi problema", no se aplica a los cristianos, porque hemos sido constituidos profetas en el bautismo. El profeta Ezequiel y el Evangelio de San Mateo nos invitan especialmente a corregir a los que se equivocan, con la esperanza de salvar a nuestro hermano. La base de una corrección es siempre la caridad, buscando el bien del otro, buscando su salvación. En este sentido, no se trata simplemente de señalar sus errores, sino de buscar que nuestro hermano se corrija y se salve. Cuando no lo hacemos, cometemos un pecado de omisión, hemos dejado de hacer el bien a nuestro prójimo. Que Dios nos conceda ser proclamadores de los profetas del Evangelio y denunciantes del mal en el mundo.
Amén.
P. Jorge
El día de nuestro bautismo fuimos constituidos sacerdotes, profetas y reyes de Dios y de la Iglesia. Quisiera centrarme, basado en la primera lectura y el Evangelio de este domingo, en el don de la profecía. Muchos piensan que ser profeta es adivinar el futuro o tener poderes sobrenaturales y, aunque, es cierto, que algunos profetas han manifestado realidades sobrenaturales concedidas por Dios para reforzar sus mensajes; es más cierto aún que eso no es lo esencial de ser profeta. El profeta es aquel que anuncia y denuncia. Anuncia la Palabra de Dios y denuncia el mal de su tiempo, lo que no va conforme a la voluntad de Dios. En este sentido, ningún profeta puede llamar el mandato de Dios de anunciar su Palabra, así como tampoco puede hacerse indiferente y silencioso ante el mal y la injusticia por mera conveniencia personal o comodidad. Esa frase tan famosa entre la gente: "esa es su vida, ese no es mi problema", no se aplica para los cristianos, pues hemos sido constituidos profetas en el bautismo. El profeta Ezequiel y el Evangelio de San Mateo nos hacen una especial invitación a corregir a quien se equivoca, con la esperanza de salvar a nuestro hermano. La base de una corrección es siempre la caridad, buscar el bien del otro, buscar su salvación. En este sentido, no se trata simplemente de señalar sus errores, sino de buscar que nuestro hermano enmiende y se salve. Cuando no hacemos esto, cometemos pecado de omisión, hemos dejado de hacer algo bueno por nuestro prójimo. Que Dios nos conceda ser profetas anunciadores del Evangelio y denunciadores del mal en el mundo.
Amén.
Padre Jorge